Diario de Sevilla
JUAN VERGILLOS | 31.01.2009
Marco Vargas y Chloé Brûlé proponen una reflexión sobre la prisa y el tiempo en una pieza de treinta minutos que altera pasajes a cámara lenta con otros absolutamente frenéticos. Los primeros sirven para abrir la pieza de forma morosa para luego sumergirnos en el paso a dos puro y duro. Tenso, íntimo y de una coordinación asombrosa: hay momentos en los que el público no sabe distinguir a qué intérprete pertenece ese brazo, aquella pierna, el codo. Son muchas horas de ensayo y una complicidad que va más allá de la técnica. En la primera fase del paso a dos se nota la mano de Juan Carlos Lérida para ofrecernos dos personajes íntimamente unidos, que respiran el mismo aire, con las mismas aspiraciones e idénticos deseos frustrados. Y que están absolutamente solos. Las coreografías de Lérida, y ésta no es una excepción, trasmiten una sensación de orfandad ante la que no cabe otro remedio que identificarse porque, como dijo Nabokov a propósito de los protagonistas de Casa desolada de Dickens, algún día, con suerte, todos seremos huérfanos. A la desolación sucede el humor. A éste, la impotencia para acabar la pieza con una vuelta al humor. Todas estas emociones se muestran en los cuerpos de los intérpretes con un ritmo y una depuración técnica que hacen que el espectador se deje llevar por ellas sin esfuerzo.
¿Hacia dónde? es una estilización hacia la austeridad (en tiempo sobre todo, pero también por lo que se refiere a espacio escénico, luces, etcétera) de la obra que esta compañía presentó en la pasada Bienal de Flamenco de Sevilla. En este sentido observamos una evolución desde la frescura y el desenfado de Cuando uno quiere y el otro no, primera obra de Vargas-Brûlé. Evolución que, sin renunciar al humor, nos muestra paisajes humanos más devastados, en este caso por la prisa y las horas, un regalo divino que en nuestras manos y nuestra falta de coraje para vivir nuestros sueños, nuestra verdad, deviene maldición. Juan José Amador es un espectador más, un demonio socrático escéptico que esboza una sonrisa al contemplar de qué manera los hombres nos saboteamos.
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